Eric Gordon, M.D., conoció el campo de la ortopedia cuando era un recién nacido en el centro de California. Pero, por supuesto, no llegaría a entenderlo como la vocación de su vida hasta años más tarde, cuando se convirtió en médico en este campo.
Cuando al pequeño Eric le diagnosticaron pie equino varo, sus padres buscaron ayuda inmediata. A los meses de someterse a enyesados les siguió un alargamiento del tendón del talón cuando cumplió un año. Esa operación fue la primera de las seis que le hicieron. Su diagnóstico y tratamiento influyeron en gran parte de la infancia del Dr. Gordon. Su cirujano ortopédico se convirtió en un personaje habitual en su odisea.
Así que tenía mucho sentido que el Dr. Gordon eligiera estudiar medicina y, finalmente, ortopedia pediátrica. Una oportunidad de beca lo llevó al Shriners Children’s St. Louis y a la Washington University. Eso fue en 1993. Como dicen, el resto es historia.
“Me gusta construir cosas. Mi abuelo era carpintero y me encantaba verlo trabajar cuando era niño. Le digo a la gente que la ortopedia es una especie de carpintería”, explicó el Dr. Gordon. “Me gusta el proceso de reflexión sobre cómo hacer que las cosas funcionen mejor”.
Seis décadas después de su diagnóstico inicial, el Dr. Gordon aún puede recordar cómo era ser un niño con un problema ortopédico. Sus recuerdos incluyen destellos de gran éxito y otros momentos de horrible incomodidad. Por eso, como proveedor, siempre tiene presente la comodidad del paciente.
A menudo, mientras está en la clínica o antes de operar, comparte su propia experiencia médica con los pacientes y sus familias como muestra de solidaridad y empatía.
“Siempre me verán hablando con los niños a su mismo nivel. Siempre digo: ‘¿Qué preguntas tienes para mí?’”
Es un pequeño gesto con una gran consecuencia: hacer que el niño se apropie de su experiencia. “Para mí, esta capacidad casi instantánea de ayudar a un paciente es una gratificación inmediata”, reflexiona el Dr. Gordon. “¿Y a quién no le gusta trabajar con niños?”.